Patócratas

 

 

Recientemente se emitió un reportaje del programa Salvados en el que el periodista Jordi Évole hacía un seguimiento pormenorizado de los quehaceres cotidianos de Evo Morales, dirigente de la República de Bolivia. Días antes a la emisión del reportaje, Évole se abstuvo, prudentemente, de hacer juicios de valor sobre la personalidad de Evo y sobre el modo en que dirige el país; pero instó a los espectadores a que analizaran el contenido del programa de forma crítica y a que sacaran sus propias conclusiones.

 

Yo, por descontado, seguí la recomendación de Évole. Y, tras el análisis, vi confirmado el diagnóstico al que ya había llegado tiempo atrás: Evo Morales es un patócrata, neologismo que hace referencia al psicópata o caracterópata que ha alcanzado el poder y que, como no podía ser de otro modo, lo ejerce proyectando sobre la sociedad su visión distorsionada de la realidad. Quedó constatado en el reportaje el egocentrismo patológico de Evo Morales, sus actitudes autoritarias y su ideario demagógico, todo ello condensado en un rostro frío y crudo, realmente siniestro. Me llamó mucho la atención que, cada vez que Evo pasaba por delante de Évole, ni siquiera lo mirara –a lo sumo un saludo frío y fugaz–, y lo dejara atrás, como si arrastrara un lastre, algo totalmente insignificante para él. Asimismo, el despacho de Evo retrata perfectamente su personalidad: ese póster que reza, con letras enormes junto al retrato del dirigente, "SuperEvo", o ese otro que lo proclama, también de forma estentórea, Premio Nobel de la Paz, flagrante ironía. Al final Évole, que fue crítico con el presidente como es propio de él, tuvo que soportar su cólera contenida, sus acusaciones improcedentes y sus amenazas veladas, el sello indudable del patócrata.

 

Abundando en la patocracia, días atrás a la publicación de este artículo hemos asistido –supongo que mayoritariamente con asombro– a las declaraciones belicosas, desproporcionadas y temerarias del psicópata/caracterópata Nicolás Maduro –colega de Evo Morales, Rafael Correa y Fidel Castro (el cuarteto patocrático hispanoamericano), y sucesor del psicópata/caracterópata Hugo Chávez– en contra de España y de sus dirigentes políticos, que le han reprobado públicamente su forma tiránica de gobernar Venezuela. Para Maduro todo el que contravenga sus opiniones e ideales es un abyecto imperialista que debe ser suprimido. Así de simple y peligroso es su pensamiento, el sello indudable del patócrata.

 

En España, desde luego, la ciudadanía también ha estado sometida al gobierno de patócratas, si bien éstos han operado de forma más camaleónica y sutil que en Hispanoamérica: Luis Roldán, Miguel Blesa, Jordi Pujol, Rodrigo Rato, etc., todos ellos condenados o imputados por la comisión de delitos durante el periodo que ejercieron como funcionarios públicos. Serpientes con traje, parafraseando a Robert D. Hare y Paul Babiak.

 

Resulta relevante que políticos incipientes como Pablo Iglesias o Juan Carlos Monedero mantengan una estrecha relación con los patócratas hispanomericanos anteriormente mencionados: han trabajado para ellos, los han asesorado, han aceptado –sin remordimiento alguno– su dinero y han votado, en el Parlamento Europeo, en contra de un impecable documento que insta a Nicolás Maduro a liberar a los presos políticos y a cesar en sus acciones represivas y autoritarias. Pero esto no me resulta extraño o inexplicable, pues aprecio en Monedero e Iglesias rasgos de personalidad similares a los de sus colegas patócratas, especialmente en este último. Iglesias ha hecho ostentación, en muchas ocasiones, de su visión distorsionada de la realidad; ¿o acaso no constituye una distorsión de la realidad presentar al difunto patócrata Hugo Chávez como el demócrata por antonomasia? Qué decir de su egocentrismo patológico, el que, por ejemplo, lo llevó a creerse, a partir de los resultados de una simple encuesta, que era el líder de la oposición en España y, por consiguiente, lo condujo a celebrar un mitin en el que, ninguneando a los líderes del resto de partidos opositores, se dirigió exclusivamente a Mariano Rajoy –que para colmo no estaba presente en el acto– porque se consideraba el único político legitimado para interpelarlo y sustituirlo y, por tanto, no podía soportar no haber participado en el Debate del Estado de la Nación. Recientemente Iglesias, que necesita ser el centro de atención incluso cuando no le corresponde serlo, le entregó al rey Felipe una copia de la serie Juego de Tronos en un acto protocolario celebrado en el Parlamento Europeo, aduciendo que el producto audiovisual contiene las claves para comprender la crisis política en España. Es normal que a Pablo Iglesias le guste Juego de Tronos, pues la serie está repleta de psicópatas, algunos de ellos más crueles y descontrolados que los patócratas con los que se relaciona en la vida real.

 

Como la amenaza de los patócratas es un hecho, la mayor amenaza a la que se enfrentan las sociedades modernas, resulta urgente aprobar una ley en España que establezca que todas aquellas personas que se postulen para ocupar cargos de responsabilidad pública, de los que dependa en mayor o menor medida el destino de la ciudadanía, sean sometidos a un diagnóstico clínico con el fin de detectar posibles anomalías en su personalidad. Más vale prevenir y purgar que curar y encarcelar. 

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