Parasitismo literario

 

 

 

Leo en una novela reciente de un autor al que conozco personalmente que el acto de escritura es un tortuoso proceso de reescritura de textos propios y ajenos; que, en el arte, la idea de originalidad debería sustituirse por la de imitación; que hay que reivindicar el derecho artístico al parasitismo literario.

 

No puedo estar más de acuerdo en que, inevitablemente, todo artista edifica su obra sobre los cimientos de una sólida tradición cuyos motivos y recursos artísticos interioriza. Así, toda obra es el producto de una recreación, reconstrucción, reelaboración, modulación –más o menos consciente– de obras ajenas a las que el autor ha tenido acceso, directa o indirectamente, y de otras obras que el propio autor ha creado con anterioridad. De modo que la idea de originalidad artística, lejos de consistir en el alumbramiento de un producto inédito, tiene que ver con la capacidad del verdadero artista para manipular y amalgamar sus influencias y crear un producto artístico aparentemente nuevo y lustroso, incluso revolucionario.

 

De todos modos, en la posmodernidad el concepto clásico de imitatio, la legitimación de la copia artística, resulta controvertido y polémico, pues en ocasiones lo que se produce no es una reelaboración de obras ajenas, sino la apropiación abusiva de ideas y recursos artísticos que atenta contra los derechos de propiedad intelectual. Se me ocurre, como ejemplo del primer caso, el sincretismo de Lady Gaga, que, con el impulso de eximios artistas cronológicamente anteriores a ella, ha construido una obra tan imaginativa como innovadora que sobrepasa cualitativamente a la de sus influencias (lo cual ha enfurecido a Madonna, que, si hubiera reflexionado sobre los conceptos de imitatio y originalidad, sin duda se habría sentido enaltecida y homenajeada en lugar de agraviada). Sobre el segundo caso, no les costará encontrar noticias que versen sobre conflictos de plagio de la propiedad intelectual que se han resuelto en los tribunales.

 

En mi experiencia personal como artista, la reelaboración de textos literarios ajenos, sobre todo clásicos y canónicos, ha sido fundamental para erigir una obra que, en un elevado porcentaje, permanece inédita. Sirva como ejemplo el modo en que ingenié mi relato La hipocresía de las estatuas: estaba en el aula de una clase de literatura de la facultad de filología de la Universidad de Barcelona, mientras la profesora explicaba determinados aspectos de El conde Lucanor o Libro de Apolonio; durante la clase, leímos uno de los cuentos, uno muy ingenioso, e, inmediatamente, llamó poderosamente mi atención uno de los recursos narrativos empleados: el del tiempo mágico; a partir de ese momento, me abstraje de las explicaciones de la profesora y, sin abandonar el aula, me puse a pensar en cómo incorporar aquel recurso a un relato moderno y en cómo mejorar el mecanismo; el resultado fue un relato, al que de hecho incorporé otras influencias (de las Sonatas valleinclanescas, por ejemplo), más sofisticado que el original.

 

Así pues, es algo natural –y, por consiguiente, legítimo– inspirarse en obras célebres, canónicas, de elevado valor artístico, para crear un producto nuevo. Lo que de ningún modo resulta legítimo, sino inmoral, es apropiarse de las ideas y los recursos artísticos que se hayan aprendido en una obra inédita. Al hacerlo, se le niega el necesario reconocimiento al autor inédito y, asimismo, su innegable magisterio. El agravio es tremendo. Lamentablemente, ocurre con relativa frecuencia que, por ejemplo, escritores inéditos envíen sus obras a certámenes literarios o a las sedes de editoriales y que, cuando caen en manos de las personas que deben hacerlas públicas en el caso de que reconozcan en ellas un estimable valor artístico, éstas no solo se inhiban de promover su publicación o hagan todo lo posible para evitarla, sino que, además, se apropien de las ideas o recursos artísticos que, gratamente sorprendidos, han observado en ellas. Y aún es peor que, por seguir con los ejemplos, un escritor le envíe su novela inédita a otro escritor presumiblemente de confianza y que, al cabo del tiempo, este último publique una novela en la que emplea recursos narrativos muy ingeniosos que aprendió durante la lectura de aquella novela que sigue inédita, en la sombra, silenciada, mientras ya brotan los primeros frutos de su magisterio.

 

Que tomen nota todos los artistas noveles.    

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