Una crítica literaria independiente e insobornable

 

 

Desde que comencé a tomarme la literatura muy en serio —digamos que desde que era un adolescente— he querido ser, además de escritor, crítico literario. Por tanto, uno de mis principales objetivos ha sido, desde que abandonara el insufrible instituto y me adentrara en la aburridísima universidad, publicar reseñas en alguno de los suplementos literarios más importantes de este país.

 

No obstante, hace ya algunos años que mi visión idealista del mundo (que actualmente se ha transformado en un saludable pesimismo vitalista) se dio de bruces con la cruda realidad de los suplementos culturales de este país: muy al contrario de lo que yo pensaba en mis años ingenuos, no son más que plataformas publicitarias en las que, como confluyen fuerzas mercantiles tan poderosas, no es posible ejercer una crítica rigurosa e independiente (entre otras razones, porque no se puede ser independiente apoyando o deslegitimando —tanto da— aquello a lo que estás irremisiblemente subordinado). Hasta el más brillante y combativo de los críticos literarios, tras realizar su trabajo en un suplemento o en una revista culturales durante una buena temporada, termina convirtiéndose —debido a las presiones, a menudo invisibles o imperceptibles, a las que está sometido— en un crítico mediocre o, en el mejor de los casos, en uno complaciente; imagínense, por consiguiente, lo que les ocurre a los críticos literarios que ya eran mediocres antes de comenzar su andadura en la primera división cultural.

 

Así pues, estoy convencido de que una crítica literaria pura y honesta solo se puede realizar en un medio que esté fuera del mercado (es decir, que no mantenga una relación simbiótica con editoriales y medios de comunicación). Ese espacio es el blog literario; pero, mucha atención, solo el blog literario cuyo administrador no inserte publicidad editorial en la página ni acepte envíos de novedades de las editoriales ni cualquier tipo de obsequio o beneficio; y, por descontado, solo aquel blog cuyo administrador sea un verdadero experto en la exégesis literaria.

 

Porque las editoriales ya se han dado cuenta del inmenso poder comunicativo que tienen los blogs literarios en Internet; y, en consecuencia, ya están intentando fagocitarlos e incorporarlos a su plan estratégico de promoción publicitaria. Para lograrlo, se aprovechan del legítimo afán de notoriedad de los autores que escriben en estas plataformas (la mayoría de ellos diletantes); y, sobre todo, se aprovechan del hecho de que estos críticos incipientes, la mayoría de las veces aspirantes a escritores, confían en publicar tarde o temprano sus obras en aquellas editoriales cuyas novedades reseñan de manera complaciente, con lo cual el blog, que es sin duda el espacio ideal para realizar una crítica literaria constructiva y valiosa, queda desmantelado para tal propósito. Tengan en cuenta que a los editores que asaltan los blogs literarios no les interesa la calidad del análisis crítico —ni mucho menos su honestidad—, sino la mera visibilidad de las obras que han lanzado al mercado, especialmente si ésta resulta gratuita.

 

Estas son las razones más importantes por las que renuncié en su momento a perseguir mi objetivo de reseñar obras literarias en los suplementos o revistas culturales más importantes de este país y, asimismo, por las que ejerzo la crítica literaria en mi blog de una forma que considero rigurosa, honesta, constructiva e independiente. Nadie me paga por hacerlo. Poco me importa que algunas reseñas negativas —que son el resultado, por supuesto, de una visión subjetiva de los textos; pero, sobre todo, de un profundo respeto por la literatura— me cierren definitivamente las puertas de algunas editoriales en las que siempre he deseado publicar mis obras. Y es que, actualmente, hasta esas editoriales emblemáticas aparecen ante mis ojos desmitificadas.

 

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