Reseña literaria: 'Ejército enemigo'

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Portada de la novela 'Ejército enemigo', cuyo autor es Alberto Olmos. Editorial Mondadori.

Título: Ejército enemigo

Autor: Alberto Olmos

Editorial: Mondadori

Páginas: 279

Precio: 19,90 euros

ISBN: 978-84-397-2463-6

 

 

 

 

Alberto Olmos (Segovia, 1975) debutó tempranamente como novelista con la obra A bordo del naufragio, que resultó finalista del Premio Herralde en 1998. Tras un largo periodo de silencio, su novela Trenes hacia Tokio (2006) fue galardonada con el X Premio Arte Joven de la Comunidad de Madrid; la obra fue publicada por la editorial Lengua de Trapo. A partir de entonces, Olmos publicó en este mismo sello las novelas El talento de los demás (2007), Tatami (2008) y El estatus (2009, Premio Ojo Crítico RNE), que recibieron el reconocimiento unánime de la crítica. Además, el autor ha preparado las ediciones de los volúmenes de miscelánea Algunas ideas buenísimas que el mundo se va a perder (Cabayo de Troya, 2009) y Vida y opiniones de Juan Mal-herido (2010). Recientemente, la revista Granta incluyó a Olmos entre los que, a su juicio, son los veintidós mejores narradores jóvenes del ámbito hispánico. Tras esta distinción, el autor segoviano ha publicado la más polémica de sus novelas: Ejército enemigo (Mondadori, 2011).

 

Tras la lectura atenta y reflexiva de Ejército enemigo, sorprenden sobremanera algunas críticas negativas (e incluso despiadadas) que la novela ha recibido. En este sentido, los argumentos que se han aducido nos parecen inconsistentes y, sobre todo, malintencionados. Son éstos, en nuestra opinión, una prueba fehaciente de que Olmos se ha convertido ya en un escritor importante y que, por tanto, ha dejado de ser inofensivo.

 

Ejército enemigo es el diario lúcido y desencantado de Santiago, un publicista de treinta años que se sabe mediocre y pusilánime. Aquejado de un más que probable trastorno obsesivo-compulsivo que lo obliga a registrar por escrito todos los pormenores de su existencia (y a catalogar meticulosamente todos esos registros para poder revisitarlos a menudo), Santiago se revela desde el inicio de la narración como una persona que, a pesar de sus comportamientos mediocres y erráticos, posee un indudable talento analítico y un sano espíritu autocrítico. Pero, al mismo tiempo, es egoísta, hedonista, cínico y terriblemente sincero. En suma, se trata de un personaje de gran complejidad psicológica que encarna ese tipo de pesimismo imprescindible que opera en un mundo que construye sus propias máscaras de idealidad, sus propios mecanismos de ocultación.

 

Santiago, virtuoso compositor del texto que leemos, se reivindica como un maestro de la deconstrucción. Infiltrado en una sociedad camaleónica y perversa, que inocula su somnífero a los propios individuos de los que se alimenta, emplea estratégicamente algunos de los elementos significativos que la constituyen para abrirla en canal y mostrar al lector sus hediondas entrañas. El propio Santiago diría algo así como que él es la crema que las mujeres emplean para desprenderse de su maquillaje (es esta, sin duda, una frase bastante cursi, como lo son muchas de las que Santiago desliza en el texto; frases que forman parte del peculiar idiolecto del personaje y que, por cierto, no tienen nada que envidiar, en lo referente a su carácter cursi y superficial, a los eslóganes publicitarios que inundan nuestras vidas). Lo que vemos tras la meticulosa y calculada operación de descamación de la sociedad que nos ha tocado vivir es el imperio absoluto de la publicidad, que construye la realidad tal como la conocemos y organiza nuestras vidas; el discurso hipócrita de los movimientos solidarios, a los que ocasionalmente se apuntan importantes personalidades que se declaran progresistas (es una pena que la deconstrucción no se haya aplicado también a los movimientos solidarios de carácter religioso, expertos en la colonización ideológica); el sexo como raíz de todos nuestros anhelos; la pérdida de la intimidad y el predominio de un exhibicionismo pueril, etc. En resumidas cuentas, un mundo sórdido y abyecto que fabrica en cadena escenografías de la felicidad.

 

Esta novela, por descontado, no puede eludir el peligro al que se expone toda tarea deconstructiva: que el lector o el espectador, al contemplar en estado puro el funcionamiento —hasta ese momento insospechado— de lo que se deconstruye, experimente sentimientos desagradables, incluidos los de animadversión; y que, debido a complejos mecanismos psicológicos que no podemos analizar ahora, en lugar de arremeter críticamente contra aquello que ha sido deconstruido (el verdadero origen de su malestar), lo haga contra el deconstructor, en este caso concreto el personaje ficticio Santiago y, cómo no, el propio Alberto Olmos (pero no olvidemos que, como la Deconstrucción finisecular nos ha enseñado, el narrador de una ficción no puede ser jamás la presencia autorial que la ha creado).

 

En definitiva, Ejército enemigo es una novela de personaje magníficamente construida, osada, lúcida e implacable. Una novela imprescindible que encantará a cualquier tipo de lector desencantándolo. Y es que, desde El estatus, Alberto Olmos es un escritor excelente.

 

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