TENIS y literatura

 

 

Aceptémoslo: el mundo en que vivimos es una gran competición. Sustraerse al imperativo competitivo es imposible. Deportes, selecciones de personal, exámenes de selección, concursos de todo tipo, etc. Nos pasamos el día compitiendo, con el compañero de trabajo de la mesa de al lado o con el comerciante de la tienda de enfrente. Y lo hacemos porque es lo que nos gusta hacer, del mismo modo que nos gusta buscar y reconocer a los mejores.

 

Pero no siempre las reglas de la competición –o las condiciones en las que se compite– son justas. Lo son, desde luego, en la mayoría de deportes; así, las competiciones deportivas fomentan la igualdad de oportunidades y confieren al talento el valor determinante. Fijémonos, por ejemplo, en el tenis: el eximio Roger Federer es actualmente el mejor tenista del mundo porque cuando sale a la pista es totalmente invulnerable. Quiero decir que, cuando el suizo está compitiendo, nada ni nadie puede reprimir, silenciar o boicotear su talento. Roger sale a la pista y su talento se impone. Se impone partido tras partido, y nadie que no sea su rival en la pista puede impedir que eso ocurra. Nadie que lo envidie o lo odie puede condenarlo al olvido ni sustraerle la posición que merece.

 

Como ejemplo de fenómeno antagónico al expuesto anteriormente nos serviría la literatura: no duden de que en este ámbito también hay terreno de juego. Pero las condiciones en las que se compite ya no son paritarias; y el talento, desde luego, tiene un valor accesorio. Así, los literatos son vulnerables a todo tipo de asechanzas que reprimen, silencian y boicotean su talento, con lo cual el ranking oficial –tan importante para todos nosotros– no es más que un instrumento desvirtuado.

 

De modo que, cuando lean el libro de un top ten –convencidos de que realmente es un top ten y de que ocupa la posición que merece–, no olviden que, mientras lo hacen, Roger Federer podría estar ejecutando golpes maestros contra el muro de un edificio de su barrio con una raqueta de cuarenta euros. Y podría darse el caso de que su enorme talento no traspasase jamás ese muro.

 

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